Romance de Casavegas

 

Era una noche de invierno

en la montaraz Pernía.
En penumbra soñadora
sonríe el alma en la niña,
hila suspiros la abuela,
la rueca gira que gira.
 
Pizarrales de ojos grises
y escarchas estremecidas
relucen en la distancia

con sus miradas sombrías.

 

Una madeja de nubes

emboza la luna fría,

con tapabocas de lobos

que el viento desfleca y riza.

 

Caracolas ululantes

cuajan la nieve en vedijas,

cuchillos de hielo encienden

luciérnagas que rebrillan

en ráfagas misteriosas

de mil estrellas proscritas.

 

Baila por la chimenea,

una violeta encendida

entre bucles de humo blanco

que en espirales se hacinan

sobre el bermellón de brasas

escamado en gris ceniza.

 

Se han descolgado en la torre

diez campanadas furtivas,

una a una, lentamente,

van en la noche vacía

retumbando callejuelas

como diez toros suicidas.

 

Ventanas ciegas al monte.

Al monte la puerta mira.

Bosteza la luz sonámbula

de auroras y lejanías,

y hay sueños de rosa y malva

en el soñar de la niña.

 

La escopeta y la guitarra

duermen juntas, recogidas,

en un rincón encalado

como una sábana limpia

en que descansan las sombras

esperando el nuevo día.

 

Un galopar de centauros

por entre las trochas brincan,

una cascada sin dique

que rauda al pueblo camina

portando agridulce aroma

de la agreste serranía.

 

Y afilada en mil senderos

irrumpe desde la cima

una mirada arrogante

copia de la sierra altiva,

paralizando la rueca

y el dulce sueño en la niña.


Aquella noche de invierno,

de la montaraz Pernía,

por entre breñas y riscos,

galopando cara al día,

va a la grupa de la jaca

hacia insondable guarida.


La prenda que un bandolero

con majeza y bizarría

ha elegido en la comarca

como la flor más bonita.


Por La Pernía dijeron

que en La Pernía decían

que allá donde anida el águila

cultiva su amor la niña.

Y aseguran que las mozas

tienen a la sierra envidia

cuando escuchan el romance

que floreció en La Pernía.

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