VI
Entonces arrepentido una iglesia el conde labra,
para que reciba culto la Virgen Inmaculada,
aprovechando al efecto la existencia bien probada
de un santuario muy antiguo, media legua de Lebanza.
Fue esta una ilustre Abadía de monte y peñas cercada
con jurisdicción exenta, coto propio y buena casa,
la cual en el siglo XII otro conde mejorara,
señor de grandes estados que en Polentinos moraba,
llamado Rodrigo Gustios, quien después de sus campañas
victoriosas contra el moro, al fin allí se enterrara,
lo mismo que su mujer y un hijo que le quedaba
de tres que tuvo, y murió cuando aquel siglo expiraba.
Conservóse en la Abadía la regular observancia,
por muchos años, mas hoy, se encuentra ya muy cambiada,
pues, aunque mil privilegios nuestros reyes la otorgaran,
de la destrucción moderna nada ha bastado a salvarla.
Carlos III a su costa cuidó de reedificarla,
mas se interrrumpió su culto desde la atroz francesada.
Y luego cual cosa vil, pasando a manos extrañas
se vendió aquel lugar santo, do la Virgen se adoraba,
y sus imágenes todas, viéndose tan solitarias
procuraron refugiarse en las parroquias cercanas,
quedando allí únicamente las tres tumbas veneradas,
que profanadas se han visto por la codicia insensata.
Otra iglesia la condesa en Cantamuda fundara,
dedicada al Salvador que en sus penas la amparara,
y la cual para recuerdo de la ocurrencia pasada,
mira con su triple ábside a la peña de Tremaya.
Pura y sublime es la fe, su arquitectura románica,
que subsiste todavía, pero muy estropeada.
Glorias tuvo y mereció distinciones señaladas,
de pródigos la otorgaron obispos, reyes y papas,
contando entre sus pastores, para que más la ilustrara,
al infante don Felipe, hijo del santo monarca,
que al propio tiempo obtenía la dignidad elevada
del arzobispo de Sevilla por su padre conquistada.
Aún este templo se ostenta luciendo su antigua fábrica,
aún se conserva la iglesia pero ya no es colegiata,
que viéndose decadente, pobre y casi abandonada,
suprimióla el Concordato aunque de hecho ya lo estaba.
Allí descansan los restos de Doña Elvira la santa,
mientras que los del conde Munio no se sabe donde paran.
También se conserva el puente do cantara la criada,
y allí está firme y soberbio para perpetua enseñanza.
Cantamuda alcanzó fueros y libertades muy amplias,
que se les dio la condesa siendo de edad avanzada.
Llegó a convertirse en villa, y estuvo un tiempo en bonanza,
y el obispo de Palencia, don Luis Cabeza de Vaca,
en el siglo XVI construyó el rollo de su plaza,
como señal de que allí justicia se administraba,
y no contento con eso, la dio por siempre sus armas,
tomadas de su apellido, que en el rollo están grabadas.
Porque ya de tiempo atrás la Pernía disfrutaban
los prelados palentinos, que en su condado alcanzaran.
También por aquel entonces fundó para más honrarla
el hospital que en la villa de la Concepción llamaban,
el buen Diego Colmenares, que en la colegiata estaba
de canónigo; mas hoy no queda de su obra nada.
Continuó así Cantamuda viviendo bajo la guarda,
del noble alcalde ordinario que el Diocesano nombraba,
y cuya jurisdicción a Casavegas llegaba,
quedando también Areños subordinado a su vara.
Otros tiempos más contrarios han venido a perturbarla
en su adelanto y por eso perdió toda su importancia.
Además que los franceses, con fría y salvaje calma,
durante gloriosa lucha prendieron fuego a las casas,
y aunque después los vecinos procuraron restaurarlas,
hay algunas todavía por el suelo derrumbadas.
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Esta es la veraz historia de Doña Elvira la santa,
que con el conde su esposo muchos pueblos gobernara.
Su recuerdo se conserva entre las verdes montañas
de la Pernía, y en la noble Castillería su hermana,
y en los montes y en las peñas, y del Pisuerga en las aguas
todavía se oye el eco que sus virtudes ensalza.
Yo a los pernianos cuento esta tradición sagrada,
que recogí siendo niño de los labios de una anciana.
Que no la olviden quisiera, que a sus hijos la enseñaran,
y que la moral que encierra en sus pechos inculcaran,
para que jamás olviden los hijos de estas montañas
que en su humildad y pobreza grandes tradiciones guardan,
y para que confiados en protección sobrehumana
sepan morir si es preciso por su Dios y por su patria.